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Editorial: El precio de los cargos y el legado que dejamos

Editorial: El precio de los cargos y el legado que dejamos

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Por Andrés Castillo

A lo largo de la historia, nos hemos visto atrapados en la búsqueda incesante de alcanzar cargos y posiciones en diversos ámbitos, ya sea en el Estado o en el ámbito privado. La sociedad, con sus parámetros de éxito, nos ha condicionado a pensar que el verdadero logro es llegar a un puesto importante. Para ello, muchos se sacrifican, estudian incansablemente, renuncian a tiempos de descanso, y viven en una constante lucha por alcanzar la cima de una estructura que en muchas ocasiones parece inalcanzable.

El camino hacia esos cargos a menudo está plagado de sacrificios, desafíos y obstáculos, y aquellos que logran alcanzarlos no siempre lo hacen bajo las mejores circunstancias. Algunos tienen el respaldo de padrinos que facilitan su ascenso, mientras que otros se enfrentan a la dura realidad de tener que escalar sin más apoyo que su propio esfuerzo. Sin embargo, en este relato no es el sacrificio o el esfuerzo lo que quiero destacar, sino las posturas que adoptan las personas cuando finalmente logran obtener ese puesto por el que tanto han luchado.

Lo que muchas veces ocurre una vez alcanzada la meta es que, en lugar de mantener la humildad y el compromiso, quienes ocupan esos cargos tienden a transformarse, a veces, en personas completamente diferentes. Es frecuente que quienes llegan a tener poder se conviertan en seres arrogantes, creándose una imagen de superioridad, como si fueran los dueños del mundo.

 El pensamiento común en muchos de ellos es el siguiente: "Ahora soy intocable", "Soy indispensable", "Nadie me puede bajar de aquí". En su mente, el cargo parece eterno, y su entorno cambia; las personas que antes estaban cerca por apoyo genuino son reemplazadas por quienes solo se acercan buscando beneficios personales.

Lo que no comprenden es que, en la vida, todo tiene un ciclo, y llegar a la cima no garantiza la permanencia. Las personas que durante su ascenso fueron ignoradas, menospreciadas o incluso utilizadas, no olvidan la falta de empatía, la ingratitud y la falta de fidelidad. 

Cuando esos cargos se pierden o se abandonan, las consecuencias de haber tratado a los demás de manera despectiva se hacen evidentes. Los que antes estaban a su lado, y que fueron dejados de lado en favor de intereses momentáneos, no dudan en compartir sus experiencias y sentimientos. Y lo más grave es que, en su mayoría, esos relatos no pueden ser refutados, porque son vivencias reales.

Por ello, lo importante no es únicamente alcanzar una posición, sino la forma en que se llega a ella y cómo se actúa una vez allí. No basta con ocupar un cargo importante, se trata de cumplir con los compromisos adquiridos, no defraudar a quienes te apoyaron en tu camino, y sobre todo, ser humano en todo momento. 

No podemos permitir que el poder y el estatus nos transformen en personas que pierdan su empatía, su humildad y su respeto hacia los demás. La arrogancia, el orgullo, la maldad y la falta de respeto son lo que han marcado la historia de muchas figuras que, aunque pudieron haber tenido el mundo a sus pies, terminaron siendo recordadas por su mal trato hacia los demás.

Cuando miramos atrás, es fácil ver cómo muchas personas que alcanzaron grandes posiciones fueron recordadas más por sus errores que por sus aciertos. En cambio, aquellos que se cuidaron de tratar bien a los demás, que respetaron sus valores y principios, se ganaron un lugar en la memoria colectiva de la humanidad. Y este es un punto esencial: todas nuestras acciones, buenas o malas, no solo nos afectan a nosotros, sino que también dejan huella en las generaciones que siguen

. Todo lo que hagas en la vida afecta a tu familia, a tus amigos, a tus colaboradores, y a la sociedad en general. Por tanto, cada acción cuenta, y uno tiene la última palabra sobre cómo quiere ser recordado.


Para ilustrar esta reflexión, no puedo evitar pensar en el ejemplo más grande de humildad y sacrificio en la historia: Jesús. Cuando vino al mundo, no lo hizo en un palacio ni rodeado de lujos. Nació en un pesebre, en condiciones de extrema humildad, sin la garantía de un futuro seguro. A pesar de ser el ser más grande que haya existido, su mensaje siempre estuvo enfocado en la humildad, el servicio y el amor hacia los demás. 

Este ejemplo es un recordatorio para aquellos que se creen invencibles o eternos. Nadie está exento de caer, y el verdadero valor no radica en el poder que se pueda alcanzar, sino en cómo se usa ese poder para mejorar la vida de los demás.

Por tanto, mi reflexión final es clara: El verdadero legado no se mide por los cargos que ocupamos, sino por las huellas que dejamos en las personas que nos rodean. Cuando llegues al final de tu camino, no serán los títulos ni las medallas los que te definirán, sino las relaciones que construiste, el respeto que ganaste y el amor que diste a aquellos que te acompañaron en tu trayecto.

 Como seres humanos, estamos destinados a servir, a aprender y a crecer, y nunca debemos olvidar que, al final, el poder es solo un efímero instante en la historia. Lo que perdura es el impacto que dejamos en los demás.

En resumen, el cargo que ocupa no define quién eres, pero la manera en que gestionas ese poder sí. Vive de manera que, cuando llegue el momento de dejar el puesto, puedas marcharte sabiendo que no dejaste de ser una buena persona, que no olvidaste de dónde venías y que siempre supiste valorar a los que estuvieron a tu lado. Solo así podrás mirar atrás sin arrepentimientos y con la certeza de que, aunque todo en la vida es transitorio, el respeto y la gratitud perduran para siempre.


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