¡Indiferencia al volante: la epidemia de muerte que consume nuestras calles!
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Director de "Noticias Sin Nada Que Ocultar RD", periodista Andrés Castillo, hace un llamado urgente a las autoridades
POR ANDRÉS CASTILLO
Santo Domingo, R.D. – El periodista Andrés Castillo, director del medio digital Noticias Sin Nada Que Ocultar RD, realizó un enérgico llamado a las autoridades nacionales para que trabajen de manera conjunta en la búsqueda de soluciones efectivas a los males que actualmente aquejan a la sociedad dominicana.
Castillo destacó la necesidad de unir esfuerzos entre los distintos sectores del Estado y la sociedad civil para combatir los problemas que impactan negativamente al país, subrayando que solo con voluntad, transparencia y trabajo en equipo se podrán superar los desafíos que enfrenta la nación. “Es momento de dejar a un lado los intereses particulares y trabajar en favor del bien común. El país necesita acciones concretas, no discursos vacíos”, expresó el comunicador.
En la República Dominicana, nuestras calles se han convertido en escenarios de muerte, dolor y desesperación. Mientras conductores irresponsables y criminales disfrazados de choferes sigan circulando libremente, los accidentes de tránsito no solo continuarán, sino que aumentarán. Y lo más indignante: seguiremos enterrando inocentes, llorando lisiados y coleccionando tragedias como si fueran simples estadísticas.
No se puede llamar “accidente” a lo que ocurre todos los días, a toda hora, en cada rincón del país. Esto no es una casualidad. Es una consecuencia directa de una conducta criminal que ha sido tolerada por la sociedad y por las autoridades. ¿Hasta cuándo seguiremos permitiendo que gente sin conciencia, sin educación vial y sin respeto por la vida humana tome el volante como si fuera un arma cargada? Expresó Andrés Castillo.
Nuestros caminos están plagados de verdaderos homicidas motorizados. Individuos que no respetan señales, que cruzan semáforos en rojo como si fueran luces decorativas, que rebasan sin sentido y conducen a velocidades que desafían la lógica.
Y si esto ya es grave en automóviles, lo es aún más en motocicletas, donde jóvenes inconscientes se lanzan a las calles en verdaderas competencias clandestinas, sin casco, sin placa, sin documentos, sin cerebro.
Cada día mueren personas inocentes. Madres, padres, hijos, trabajadores, estudiantes… vidas que se apagan por culpa de conductores sin alma, sin frenos y sin temor a Dios. Las secuelas son desgarradoras: madres que entierran hijos, niños que quedan huérfanos, familias arruinadas emocional y económicamente.
Y mientras tanto, las autoridades hacen esfuerzos que, aunque bien intencionados, resultan insuficientes ante una cultura de caos, de ley de la selva en el tránsito. No se trata solo de más retenes o más multas: se necesita mano dura, una reforma profunda y sin concesiones. Se necesita educación vial desde la escuela, campañas permanentes, justicia rápida y sanciones ejemplares. Pero sobre todo, se necesita voluntad y carácter para erradicar este cáncer social.
La realidad es esta: en nuestras calles se libra una guerra no declarada. Una guerra de imprudencia contra la vida, de egoísmo contra la cordura. ¿Quién tiene derecho a quitarle la vida a otro por querer llegar cinco minutos antes? ¿Qué clase de monstruo cree que la vía pública es una pista de carreras?
El país entero está secuestrado por una minoría salvaje que se burla del sistema, que se pasa las normas por alto, y que, con cada muerte que provocan, ensucian aún más el suelo de esta nación.
Este es un grito de auxilio. Este es un llamado desesperado a despertar. ¡Basta ya! No podemos seguir normalizando la tragedia. Cada conductor debe entender que al tomar el volante tiene en sus manos no solo un vehículo, sino vidas. Si no hay empatía, si no hay respeto, si no hay conciencia, entonces no deberían estar en las calles. ¡Y punto!
A las autoridades: hagan lo que tengan que hacer. Dejen de temer al qué dirán. Si hay que sacar a esos asesinos del asfalto con toda la fuerza de la ley, háganlo. La vida de nuestros ciudadanos vale más que cualquier cálculo político.
República Dominicana no puede seguir siendo un cementerio sobre ruedas. O actuamos ya, o nos resignamos a seguir recogiendo cuerpos del pavimento cada amanecer.
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