Un paseo por el espejo, La urgente necesidad de someternos a una autoevaluación
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Por Eddy Paulino
Santo Domingo--El espejo es uno de los instrumentos más antiguos y universales de la humanidad. Ha sido usado durante milenios para vernos, corregir nuestra apariencia, y en muchos casos, para reconocernos. Desde las antiguas superficies metal pulido hasta los modernos cristales, el espejo ha acompañado al ser humano en su búsqueda de identidad, vanidad, y también, de reflexión. No solo refleja imágenes, también nos confronta con lo que somos y lo que evitamos ver.
Esta metáfora del espejo nos invita a detenernos, observarnos y prestar atención a lo que proyectamos. El espejo nos muestra lo externo: la expresión, el gesto, la presencia. Pero si vamos más allá de esa superficie, también nos invita a cuestionar lo que hay detrás de la imagen.
Nos confronta con la necesidad de no quedarnos en la apariencia, sino de atrevernos a un ejercicio más profundo de conciencia: mirar hacia adentro, con honestidad, nuestras fallas y errores, para evaluar quiénes somos realmente, qué transmitimos y cómo interactuamos con nuestros semejantes en este mundo compartido.
Con frecuencia, nos convertimos en espectadores de los errores ajenos. Con precisión casi quirúrgica, señalamos las fallas de los demás, siempre listos para opinar, cuestionar o incluso condenar.
Lo paradójico es que esa misma atención pocas veces la dirigimos hacia nosotros mismos. En lugar de examinar nuestras propias acciones, palabras o silencios, preferimos enfocar la mirada hacia afuera, ignorando la urgencia de una evaluación interna, más honesta y transformadora.
Y es aquí donde surge la urgencia de hacer ese “paseo por el espejo”: un recorrido introspectivo que nos permita mirarnos con honestidad; una autoevaluación objetiva, no para castigarnos ni caer en una autocrítica destructiva, sino para ejercer el acto valiente de reconocernos en lo que somos, en lo que hacemos y también en lo que dejamos de hacer.
Cuando nos autoevaluamos desde adentro, podemos entender que cada persona libra su propia batalla. Muchas veces, se trata de una lucha silente contra algo que ni siquiera ha logrado identificar, nombrar o superar. Por eso, lo más humano (y lo más útil) no es criticar, sino colaborar; no es juzgar, sino acompañar.
Este ejercicio no nos hará perfectos, pero sí más humanos. Nos ayudará a comprender que todos estamos en un proceso personal constante, que nadie tiene la totalidad de la razón y que nuestras acciones también tienen consecuencias que merecen ser revisadas. Nos convierte en mejores ciudadanos, compañeros, líderes, padres, amigos. Porque antes de corregir al otro, hemos sido capaces de corregirnos a nosotros mismos.
Mirarse al espejo con honestidad es un acto de humildad y sabiduría que nos hace más nobles y nos aleja de los egos. Si más personas lo hicieran, tendríamos una sociedad más empática, más justa y menos agresivas en sus juicios.
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